La lista siguiente contiene una serie de eventos que se las han arreglado para hacerme desear levantarme y patearle el trasero a alguien.
1. Cuando los padres creen que voy a atropellar a su niño.
Siempre he notado esto. Cuando era más pequeña, pienso que tenía más sentido porque bueno, una niña de siete años, manejando una silla de ruedas mecanizada de 150 kg, puede considerarse un peligro. Sin embargo, ahora soy una mujer adulta de 21 años manejando por la vereda, algo que tiene el valor económico de un automóvil. Me veo linda, arreglada con mis botas de cuero relucientes, mis pantalones a cuadros y mi suéter de tejido cable verde cítrico (no me juzgues, los 80’s están de regreso), por lo tanto, no tiene sentido que ponga en riesgo algo de tanto valor, para atropellar un idiota lleno de mocos. Y no es que no hubiese un montón de espacio entre el hijo de esta mujer y yo, porque la había. Ya sé lo que estás pensando, tal vez la madre quería prevenir que el insignificante come-mocos saliera corriendo frente a mí, pero ese no era el caso. El chico no tenía ningún interés en mí. Conste que era un chico ya crecido. Pensaría que la madre debería tener más fe en él.
2. Cuando mi madre quiere que me vea refinada, pero yo voy por el aspecto andrajoso, descuidado.
Yo discutí con mi madre este mes, y aunque acostumbramos a burlarnos cada semana, esta vez sentí que era diferente. Fíjate, chica de dieciséis años, es probable que tú creas que tu mamá es la mujer más fuerte que has conocido, porque, carajo, lo es. Es decir, incluso la Mujer Maravilla no era tan omnipresente como lo es tu mamá. Tu mamá está jodiendo en todas partes, y alguna vez se te mete debajo de la piel porque tú quieres cometer errores. Tú quieres hacerte cargo de tu vida. Tú quieres tropezar y caer (de forma figurada, por supuesto). Sin embargo, tienes que dejar de ser una malcriada con tu mamá cuando ella trata de ayudar... concedo que no lo pediste, pero tienes que entender que esa mujer te ha dedicado su vida. Ella trabajó y se esforzó por años, esperando que tú nunca tropezaras y cayeras. Esta es la mujer que tuvo los ovarios de decirle al jefe médico en John Hopkins “No”. Simplemente “No”. Por lo tanto, si ella quiere arreglarte la blusa porque se te ve la tira del sostén, contén tu aliento como la joven madura y comprensiva que eres, y déjala hacer. Entonces, cuando salgas de la puerta para afuera, sólo dile a tu asistente que te coloque la camisa hacia abajo como cualquier otra adolescente.
3. Cuando debo tomar una decisión que afectará las próximas 24 horas de mi vida: “¿Chaqueta o no chaqueta?”.
Tú ves, yo no paso mucho tiempo afuera, lo que explica mi palidez, pero entonces también, yo tengo que ir afuera cuando me traslado desde mi apartamento, al vehículo, al edificio. Por lo tanto, el clima es un elemento que tengo que considerar cuando escojo mi atuendo. Por otro lado, yo paso más del 75% de mi tiempo adentro. De nuevo, eso explica mi cutis perlado, fantasmal. Lo que significa que yo debo sopesar considerar mi atuendo, en función de la temperatura del edificio dentro del cual estaré pasando la mayor parte de mi tiempo. Sé que esto suena ridículo, y como un problema más sencillo de lo que es, pero comienzan a surgir las preguntas. ¿Qué pasa si decido llevar mi chaqueta y mi llanta estalla camino al edificio, y debo estar a un costado del camino por horas? ¿Qué pasa si visto pantalones cortos en el cine y olvido llevar mi manta? Mis hermosas piernas no pueden soportarlo. ¿Qué pasa si apagan el aire acondicionado de mi aula de lases y comienzo a ahogarme en mi propio sudor? A lo que muchos de ustedes contestarán: “Entonces, simplemente quítate la maldita chaqueta. No es tan difícil”. Al contrario, mis razonables lectores. No sólo es difícil. Es incómodo. Sólo imagínate que yo le digo a mi asistente que me quite la chaqueta. Ella se levanta del escritorio que está 45 centímetros por debajo de mí. Este escritorio está ubicado en un salón de clases atestado, por lo que apenas tiene espacio para pararse a mi lado, y mi silla de ruedas hace ruidos a medida que me inclino hacia atrás. De repente, empiezo a lamentar la decisión que tomé en la tienda cuando me preguntaron “¿Mediano o pequeño?” Porque, cabrona, dije pequeño. Para acortar la historia, de alguna manera, mi codo está detrás de mi oreja. La chaqueta no quiere salir, y todos están mirando, pero de forma disimulada. Lo cual es aún más incómodo, porque todos están tratando con fuerzas de no mirarme en la mitad de una conferencia en la Universidad. Así que cuando me pregunten “Chaqueta o no chaqueta” tomaré mi tiempo, y lo pensaré bien.
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